viernes, 17 de agosto de 2012

EL NUESTRU PALRAL.

Texto extraído de “Mi Extremadura” de Miguel y Elisa Herrero Uceda, Elam Editores

Con las palabras construimos todo el paisaje humano y expresamos nuestros sentimientos, y por mucho que hayan querido hacer que lo olvidáramos, la Cultura Rural ha sido la gran forjadora del lenguaje. Quiero fer una prosa en román paladino en el qual suele el pueblo fablar a su vecino (Gonzalo de Berceo).
El lenguaje hablado en Extremadura, el castúo, según el término acuñado por el poeta de Guareña, Luis Chamizo, o el estremeñu como prefieren denominarlo otros lingüistas, es una lengua de la familia del asturleonés, diferenciada en el altoextremeño, más arcaizante, y el bajoextremeño, con más influencia meridional. Dentro del lenguaje común cada localidad presenta sus peculiaridades en el habla. Los extremeños están empezando a darse cuenta de la riqueza de su lenguaje y como afirma el profesor Manuel Ariza, ya no está penalizado, como antes, hablar el extremeño, ni en los medios de comunicación ni en las escuelas, porque no creo que a ningún maestro se le ocurra corregir a un alumno por su uso, a lo que añade, hay que intentar convencer de que los extremeños no hablan un mal castellano, sino un buen extremeño.

Paeci mentira que angunus
jechin por tierra lo nuestru,
estu que mienta la genti
que es patrimoñu estremeñu.
Drentu d’aquellas raizis
que mos hizierun un puebru,
deviamus de defendel
el abla de aquellus tiempus
que mos truxerun del norti
los pastoris i cabrerus
asturianus i leonesis,
que jecharun a esti suelu
la hondura i la simienti
d’esti puebru duru i reziu.

      (Cruz Díaz Marcos, Palrandu de reziu en estremeñu)

Todo esto, sin desdeñar el castellano o español, que es también nuestra lengua propia y la cultura que nos une a todos los pueblos hispanohablantes.
Desde las obras de José María Gabriel y Galán y Luis Chamizo, el castúo hablado tradicionalmente se ha plasmado en textos escritos, configurando una literatura vernácula; donde cada vez son más los nuevos poetas y escritores que utilizan esta lengua como vehículo de cultura.

–¡Jombri Quicu! ¿Óndi vienis tan tardi?
–Den ca Calru, pos sa queau sin bocha.
–¡No igas trolas que soy el arcardi,
  y debu sabel porqué se trasnocha!
–No mientu, cascó porque estaba pocha.
–¿Y pol dal la cabezá vienis que ardi,
  y en vez de vereas, escogis la trocha?
–Es pol la mujé que enfermó esta tardi.
–¿Y estandu duenti, temis a Bartola?
–Comu ca quisqui; comu tú, a Jeroma.
–No caigu del ñíu, no pasa la bola,
  tú eris rijiosu, merecis maroma.

(Antonio Herrero Alvarado, Amanecer)

José María Alcón Olivera nos cuenta en Requilorio, la primera novela escrita enteramente en extremeño, los recuerdos de un anciano, el tío Alejo, mientras espera a sus compañeros de tertulia.

La genti por antoncis se casaba con las sayonas, los pañuelus de mil coloris, y toas esas cosas en ellas y ellus los trajis d’antis tamién, esus qu’ara lo llaman típicus, iban tos asina vestíus, amus, los que tuvieran.

Investigadores, como el filólogo Ismael Carmona García, están sentando las bases de su ortografía y su gramática, estudiando todos los sonidos, como aparece metafóricamente en su cuento El entallavientus.

Polo que siempri ei oyíu que era mu ardilosu, de mó y manera que siempri estava tenteandu á cómu atravesaba esta oja o ándi entaponava el güecu aquel pa hazel palabras polías que la genti las conociera. Enos días que más espirau estava hazia palabras comu ambelga, alardina o chafardu que aprendía alos pastoris, alos artolanus, alos çachaoris o alos havaleru, comu andu velequí yo agora.

Los rasgos más característicos de este habla, son en primer lugar su gran expresividad, que junto a la profusión del uso del diminutivo acabado en ino o inino, eran chiquirrininus dambus hermanus, y su peculiar entonación, dan al lenguaje un acento dulce y musical de gran colorido. No son solo importantes los vocablos, sino la forma de construir y pronunciar las frases, su entonación, su sonido, su deje, su gracejo. Se podría decir que más que hablar cantan. Esto se puede notar oyendo expresarse a las personas mayores que son las que conservan más puro el lenguaje.

– ¿Pos cómu es que no anda p’aquí Utaquinu?
– ¿Aquí? ¡Ahg!
– ¿Pos óndi está?
– ¡Andá! ¿Po óndi quieris que esté? Paí, enreandu, ¡conchu!, ¿qué te paeci?

La expresividad se concreta con la utilización de innumerables interjecciones: ¡andá!, con un significado de sorpresa, pero cuando se pronuncia largo y caído; ¡aaaaandá!, se le añade cierta resignación. Ahora, si cambiamos su sílaba tónica ¡anda! es una llamada de atención, cuando nos parece mentira lo ocurrido: ¡Anda María!, María la de Santana, que no has teníu dos ralis pa pagal la borrasca. El ¡ahg! gutural surge cuando no se está de acuerdo con lo dicho, mientras se inclina algo la cabeza: ¿Qué ici que va a labralu él solu?, ¡ahg! El ¡andanda!, si la afirmación del interlocutor sale fuera de nuestra lógica, ¡andanda!, ¿pos no sabis que e de baldi? Otras interjecciones denotan nuestra determinación a pesar de los acontecimientos ¿qué no me quieri?, ¡po allá vea!, o nuestra ignorancia en algo que no tenemos porqué saberlo ¡qué sabemus acá!, el ¡ira, ira! o ¡vira, vira! para llamar la atención. La familia de los demostrativos velahí, velehí, velaquí, velallí... señalan algo, a veces con resignación o indiferencia, sin querer dar explicación: ¿Y pos cómu te fuisti tan prontinu? -¡Po velahí! El sonido de un chasquido rápido con la lengua cuando las cosas están como debe ser, se queó tan ricamenti, ¡chap!, y muchas otras exclamaciones que se utilizan profusamente. Debemos vivir inmersos en este mundo para darnos cuenta de todos los matices de un lenguaje tan expresivo.

El pueblo manifiesta en sus dialectos (obra artística suya) todo su carácter e individualidad: por eso le vemos preferir unos sonidos a otros, unas articulaciones a otras y crearlas propias y en armonía con su esencia llegando a veces a aplicarlas con fin estético.

 (Antonio Machado y Álvarez, Demófilo)

Podemos resumir otras propiedades de nuestro léxico, como son: El cierre de las vocales terminales e y o transformándolas en i y u: leche ® lechi, vaso ® vasu; la pronunciación aspirada de la j: Badajó, así como la aspiración de la f en muchas palabras que en castellano evolucionaron a h muda, a la que le damos un sonido de casi j: jaba, jatu, jocino... incluso en palabras que en castellano siguen con la f como juerza.

Y sus dirá tamién como palramos
los hijos d´estas tierras,
porqu´icimos asina: jierro, jumo
y la jacha y el jigo y la jiguera.

 (Luis Chamizo)

La aspiración sorda y sistemática de la s final de las sílabas. Algunos autores que escriben en castúo lo indican representándolo con h estamos ® ehtamuh. En algunos casos se omite la s cuando manifiestamente no se pronuncia pasando a alargarse la vocal final, ¡amu quita paí!
Cambio del sonido final de sílaba, r en l, en muchas palabras roel, apañal, aunque a veces se da el fenómeno contrario sordau, ombrigu, arcaldi.
El uso de la palabra tío, tía con el nombre de las personas, normalmente mayores, el tío Nicetu, la tía Inacia, era una forma habitual para nombrarlas y dirigirse a ellas. Está totalmente generalizado el artículo con el nombre de la mujer, ¡andá, la Antonia!, y también aunque menos con el de hombre, el Pacu que no mos lo quieri arrendá.
Es muy frecuente oír el artículo más el posesivo, la mi burrina.
Existen diferencias en muchas conjugaciones verbales: viniun por vinieron, hiciun por hicieron, tuviun por tuvieron, truji por traje, truju por trajo, trajun por trajeron, iendu por yendo. Vemos que se emplea la forma verbal gerundio pasado formada a partir del pretérito: Jiciendu, pusiendu, dijiendu... Antié pasé toa la tardi pusiendu pieras en el muru pa cerral el portillu.
Empleo de la preposición en delante de gerundio para darle un matiz del momento de realizarse, por ejemplo: pasandu la cancela verás el tinau, peru en pasandu ten cudiau con el bujeru. Se utiliza también para dar un significado de inmediatez, en comiendu salimus, con el significado de nada más acabar de comer.
El uso de los apodos o motes estaba muy extendido, hasta el punto de que muchas personas eran más identificables por el apodo que por su apellido. Los motes se transmiten de padres a hijos con mucha frecuencia. Hay quien no le gusta su apodo y solo se les nombra así por detrás, pero otros lo llevan con orgullo, ya que lo toman como su nombre familiar: ¡Anda! La potrina del Cañafla e bien guapa. A propósito del uso de apodos, recuerdo el chasco que le ocurrió a un muchacho, todo empezó cuando su madre le mandó hacer un recado:

– Juaninu, dati una carrendilla a la botica y traemi media libra d’unguentu, peru al boticariu no le llamis Mochuelu, que es el moti. Dili don Severu, oyis bien, don Severu.
El muchacho fue todo el camino repitiendo –Don Severu, don Severu, y na de Mochuelu, no se me olvía. Al entrar en la botica, dijo en voz alta, muy ufano –¡Güenus días, don Severu!, (no vei, no se me olvió)– y agregó, ya más relajado –pongami usté media libra de Mochuelu.

No perder el habla y la entonación, sentir satisfacción y orgullo de ello, conocer y usar las palabras es mantener vivo este lenguaje rico que conocían y utilizaban cotidianamente nuestros padres y nuestros abuelos.

Sácame la cuenta
del aceiti que hogaño mos toca
del lagal po la parti que es nuestra.
Se maquilan sesenta cuartillos
p’acá parti entera,
y nosotros tenemos, ya sabis,
una media tercia
que tu madre heredó de una quinta
que tenía tu agüela Teresa.

(José María Gabriel y Galán, Varón)

Ahora, a nosotros nos toca recoger el testigo y evitar que pueda caer en el olvido. No perder el habla y la entonación, sentir satisfacción y orgullo de ello, conocer y usar las palabras es mantener vivo un lenguaje.

¡Extremadura!
No rejuyas de la vos de tus ancestros,
porque d’ella nus sentimos mu ergullosos
los que palramos asina, porque semos extremeños.

 (Javier Feijoo, Porque semos extremeños)
Escritores extremeños en defensa de nuestra habla. Festivalino de Pescueza. Taller de habla extremeña, abril 2012. De izquierda a derecha: Cruz Díaz Marcos (poeta), Fran Herrero Uceda (folclorista), José María Alcón Olivera (novelista), Miguel Herrero Uceda (escritor), Javier Feijoo (poeta), Ismael Carmona (filólogo), Mª Ángeles (esposa de J. Feijoo), Elisa Herrero Uceda (escritora) y Antonio José Herrero (pintor e ilustrador).